sábado, 1 de octubre de 2022

EDUCACION Y SOCIEDAD ; LACLAU

 

La teoría del populismo de Ernesto Laclau: una introducción





I. Introducción: el populismo en su laberinto

Un fantasma se cierne sobre el mundo: el populismo.

Ionescu y Gellner, 1969: 7.

La obra de Ernesto Laclau se encuentra, indudablemente, entre las más relevantes de la teoría política contemporánea. En particular, desde la publicación de Hegemonía y Estrategia Socialista (hyes) en 1985 junto a Chantal Mouffe, el autor ha ocupado un lugar destacado en los debates del extenso campo de la izquierda hasta nuestros días. Para nosotros, latinoamericanos, su importancia es aún mayor debido al rasgo particular de doble inscripción de autor, inserto en el espacio académico anglosajón y su constante preocupación por los asuntos de su continente natal.1 En particular a partir de la publicación de La razón populista (lrp) en 2005, que reactivó el debate sobre el uso del término, así como la relación entre populismo y democracia en un contexto de gobiernos en América Latina que fueron caracterizados como populistas en el marco del giro a la izquierda.

Los estudios sobre populismo latinoamericano constituyen casi un subgénero de los estudios sobre la región. En ese contexto se ha establecido una cronología política desde los populismos clásicos (Lázaro Cárdenas, Juan D. Perón y Getulio Vargas), los neo-populismos (Carlos Salinas de Gortari, Carlos Menem, Alberto Fujimori, Fernando Collor de Melo) y los populismos del siglo xxi o radicales (Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa) con los debidos debates sobre su anatomía y, fundamentalmente, la relación con la democracia y sus consecuencias sobre la cuestión social.

Si bien todos los conceptos de las ciencias sociales pueden considerarse en disputa entre tradiciones, paradigmas y teorías, pocos como el populismo han despertado tanta polémica y es un lugar común referir a la polisemia y el desacuerdo entre diferentes perspectivas sobre el status teórico del término. El desacuerdo es evidente, pero es difícil sostener que exista una teoría del populismo desarrollada como tal en otros trabajos que no sea la de Ernesto Laclau. Lo que existe, y es legítimo, son definiciones del concepto, pero incluir la definición de un término no implica una teoría. En efecto, considerar al populismo como una “estrategia” (Weyland, 2001), un “estilo” (Roberts, 1995; Moffitt y Tormey, 2014), una “ideología” (Mudde, 2004), o un “discurso” (Hawkins, 2010), opciones todas válidas en su contexto, no implica necesariamente una teoría al respecto debido a la primacía de la descripción sobre el análisis o el centro puesto en otro problema, para cuyo tratamiento la definición de populismo es subsidiaria.

En este contexto, este artículo tiene un objetivo específico: exponer el itinerario de la teoría de Laclau sobre el populismo en su contexto histórico-intelectual, presentar ciertos problemas internos a la teoría y avanzar en algunas de las críticas que ponen en tensión productiva el desarrollo de la categoría. En la primera parte trabajaremos los estudios iniciales sobre el populismo en sus obras. En la segunda, expondremos los cambios en las condiciones teóricas en la obra de Laclau que le permitieron plantear el problema del populismo en un terreno postmarxista. En la tercera nos enfocaremos en la anatomía de La Razón populista, y finalmente abordaremos las críticas internas al planteo y los posibles caminos para tratarlas consistentemente.

II. Los orígenes del populismo

“…a través del peronismo llegué a comprender a Gramsci

Ernesto Laclau, 1983, entrevistado por L. Paramio

La preocupación de Ernesto Laclau por el problema del populismo se originó en el campo político y después se transformó en objeto de reflexión teórica. La experiencia de lectura y activismo político en organizaciones de izquierda marxista argentina2 que se plantaron qué hacer frente al peronismo, es clave para comprender el tipo de abordaje del “primer Laclau” con respecto al fenómeno populista (Acha, 2013). La otra clave, por supuesto, es la inscripción del problema en un ámbito teórico dominado por el althusserianismo que predomina en Politics and Ideology in Marxist Theory. Capitalism, FascismPopulism, donde dedica un capítulo fundacional: “Hacia una teoría del populismo”. El problema a tratar es simple y crucial para la política de la época: ¿puede una radicalización del populismo conducir a la revolución socialista? De una respuesta a esta pregunta depende la estrategia de la izquierda marxista en América Latina y su relación con los movimientos nacional-populares. Si ésta es positiva, entonces la estrategia a seguir consiste en articular los elementos revolucionarios contenidos en los populismos. Si es negativa, el camino sería enfrentar y combatir al populismo, su simbología, prácticas y tradiciones. Por supuesto, para ensayar alguna respuesta, primero hay que abordar el problema no menor de ¿qué es el populismo?, superando los epítetos que la tradición marxista enarbolaba ante estas experiencias (como bonapartismo, cesarismo, nacionalismo burgués, etcétera) y dando por sentada cierta definición de socialismo. La pregunta central es por la estrategia política. Esta obsesión por la estrategia es una constante en la obra de Laclau (se incluye en el título de su obra más conocida Hegemonía y estrategia socialista de 1985, junto a Chantal Mouffe), mientras que la posibilidad del contenido emancipatorio del populismo será una permanente hasta sus últimos escritos (Melo y Aboy Carlés, 2014), en el que el populismo como condición de posibilidad del socialismo se ve trocada por el populismo como condición de posibilidad de la democracia radicalizada.

En “Hacia una teoría del populismo”, Laclau repasa los senderos escarpados por los que transitaron los estudios clásicos del tema en América Latina, en particular la siempre reconocida polisemia del término y su adscripción a líderes, ideologías, movimientos o etapas históricas.3 Ahora bien, antes de abandonar el concepto, nuestro autor se aboca a producir una serie de movimientos teóricos tendientes a reordenar la mesa de trabajo, las herramientas teóricas y los problemas políticos. No olvidemos que transitamos a mediados de los años setenta y la pregunta por las clases ocupa un lugar central en la reflexión teórica de la izquierda, por lo que la pregunta se ubica por la relación entre populismo y socialismo, así como entre pueblo y clase. Es decir, una pregunta por el proyecto político y una pregunta por el sujeto político, que serán constantes en su obra aunque trabajadas en otros registros.4

A partir de la vieja (y mala) metáfora base/superestructura, que abandonará con su paso del neomarxismo al postmarxismo, Laclau introduce una distinción que después radicalizará entre el campo de las relaciones económicas y el campo de las superestructuras complejas (y su relación de determinación):

Esta confusión procede de no haber diferenciado dos aspectos: el problema general de la determinación de clase de las superestructuras políticas e ideológicas y las formas de existencia de las clases al nivel de dichas superestructuras: afirmar la determinación de clase de las superestructuras no significa establecer la forma en que dicha determinación se ejerce (O lo que es lo mismo, la forma en que las clases en cuanto tales están presentes en ellas) (1978: 184).

Las clases, para Laclau, se definen como un polo ubicado en las relaciones sociales de producción que no tienen un correlato mecánico (necesario) en el nivel ideológico-político. Esto le permite mantener la metáfora base y superestructura, pero asignando al espacio ideológico-político una autonomía relativa para la constitución de los sujetos políticos, al mismo tiempo que sostiene la tesis de la determinación “en última instancia”. Dos conclusiones cruciales extrae de estas tesis. Primero, ya no se puede hablar de una reducción de la clase a la posición estructural, con lo que clase y sujetos empíricos se distancian. Segundo, existen elementos “superestructurales” no clasistas que es necesario articular en el proceso de lucha social, por lo que es necesario pensar los modos en que el discurso específicamente clasista articula a los elementos populistas otorgándoles coherencia. El pueblo, entonces, será la articulación de elementos con base en un principio de clase o “la presentación de las interpelaciones popular-democráticas como conjunto sintético-antagónico respecto a la ideología dominante” (1978: 201), cuya orientación responde, en última instancia, a la posición en la contradicción fundamental.

La centralidad de la mirada analítica (y política) en la producción de antagonismos –más que tomarlos como determinados– será una de las constantes de la obra de Laclau. En efecto, si las clases no tienen una aparición inmediata y necesaria en la escena política, en el drama de la historia, su constitución dependerá de tornarse un principio articulatorio específico de elementos popular-democráticos. Este principio, que en última instancia es de clase, otorga la posibilidad de articular clase y pueblo, socialismo y populismo.

El pueblo, el término análogo al que se refiere cualquier teoría del populismo, es el vehículo de la aparición de la clase cuando ésta constituye el principio de articulación de los elementos y se hace presente en la lucha de las formaciones sociales histórico-concretas como un polo de contradicción que enfrenta al bloque dominante (un determinado status quo). Es evidente que el texto de 1977, inscrito aún en el marxismo, otorga una primacía a la lucha de clases, aunque reconoce un lugar heterodoxo para al pueblo (en particular, los elementos populares) con el consecuente reencuentro entre pueblo y clase, pero situados en una tensión dialéctica. No hay pueblo sin clase, pero no hay clase (vencedora) sin pueblo, puede ser un corolario para la estrategia socialista. La conclusión, como la del silogismo práctico, una acción. Entonces, la estrategia para las fuerzas revolucionarias clasistas y socialistas es la articulación de los elementos populares para configurar un sujeto pueblo capaz de intervenir en la historia. Esto en el plano de la conformación del sujeto político, pero también en la del proyecto político, en tanto

Sólo puede aspirar al pleno desarrollo de la contradicción pueblo/bloque de poder, es decir, a la forma más alta y radical de populismo, aquel sector cuyos intereses de clase conduzcan a la supresión del Estado como fuerza antagónica. En el socialismo, por consiguiente, coinciden la forma más alta de populismo y la resolución del último y más radical de los conflictos de clase. La dialéctica entre pueblo y las clases encuentra aquí el momento final de su unidad: no hay socialismo sin populismo, pero las formas más altas de populismo sólo pueden ser socialistas (1978: 231).

Esta tesis “de la continuidad” entre socialismo y populismo fue debatida por autores como Juan Carlos Portantiero y Emilio de Ipola (1981) en la célebre revista Controversia, que aglutinaba a la intelectualidad argentina en México (los argenmex) y promovió un debate entre los teóricos de la izquierda peronista como Nicolás Casullo, Alcira Argumedo y Sergio Caletti, con autores de la izquierda socialista como los nombrados De Ipola y Portantiero (Reano, 2012), además de que se discutió en el mundo anglosajón (Mouzelis, 1978). No obstante, la década de los ochenta cambió tanto la fisonomía de los procesos políticos como la agenda académica. En América Latina dominó un proceso conocido como “doble transición” después de períodos de fuerte impronta autoritaria (en especial, en el cono sur), mientras que en Europa y Estados Unidos el ascenso del neoconservadurismo marcó los tiempos en el que el pensamiento de izquierda asumió uno de sus tantos períodos de crisis. El auge de los estudios sobre la democratización y el foco desplazado de la cuestión del socialismo y los movimientos populistas hacia la cuestión de la democracia y el eurocomunismo de corte socialdemócrata reemplazó la discusión sobre las clases y el pueblo en la mayoría de los estudios. El populismo, como afirmó en Drake en 1982, era una cosa muerta destinada a la mesa de autopsia de los historiadores.







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