Decidirse a ser maestro no es una tarea fácil, muchos, al momento de enfrentarse a la realidad de definir su proyecto profesional, no dimensionan lo complejo que puede ser el proceso de la enseñanza. Ni siquiera en la formación misma del maestro se comprende lo que implica la labor del docente y la cantidad de incertidumbres a las que se enfrentará en el ejercicio del día a día.
Freire (2004) nos enseña que la autonomía es la base de la toma de conciencia del trabajo del maestro, de las decisiones que enfrenta y la reflexión continua que debe hacer desde lo que sabe y hace. Definirse como maestro implica establecer para sí mismo un lugar en el mundo y un sentido a la existencia misma. Hallarse como el mediador entre la enseñanza y el aprendizaje exige una especificidad humana que involucra la seguridad y la competencia profesional, pero también la generosidad, el compromiso y la libertad.
La actividad profesional del maestro se hace realidad en su práctica pedagógica. Ella se configura en el conjunto de conocimientos que dan forma a los contenidos que se enseñan, pero también en la formación de habilidades necesarias para enfrentar el hecho pedagógico. La naturaleza de esos conocimientos y habilidades da autonomía al docente y define las acciones de su situación profesional, el maestro es ese sujeto autónomo dotado de habilidades específicas y conocimientos racionales o explícitos que se ponen en práctica al momento de mediar en una situación de enseñanza-aprendizaje.
El maestro es un profesional reflexivo que analiza sus propias prácticas, resuelve problemas e inventa estrategias, en un proceso metacognitivo que le exige identificar sus conocimientos y habilidades al momento de comunicarse con sus estudiantes; es capaz de gestionar las condiciones de aprendizaje y de interactuar a través del tratamiento de la información para que cobre sentido en el aula. Desde esta perspectiva, el maestro profesional acude al hecho pedagógico para establecer intercambios pedagógicos y socioafectivos con el fin de crear situaciones de aprendizaje que favorezcan el conocimiento en sus estudiantes y a su vez incide en la estructuración del pensamiento al vincular la función didáctica en la transposición de los contenidos.
La otra variable identificada con el grupo de docentes involucra el cambio en el paradigma y la modificación de la didáctica a través de la puesta en marcha de nuevas y diferentes actividades. La práctica pedagógica debe estar sujeta a cambios acordes con las exigencias de la sociedad actual. En ese sentido, la construcción de saberes es un acto consciente para el maestro, el cual lo hace más maduro y honesto en su práctica. En palabras de uno de los docentes, “el maestro es fuente de saber y su actitud y esfuerzo transforman vidas y tienen una influencia en los estudiantes que de una forma u otra adquieren y forman su pensamiento, la transformación de la educación es una misión”.
En este punto, el sentido de la práctica pedagógica es claro: construir saber desde la experiencia para transformar realidades e incidir en la vida de las personas. En palabras de Freire (2005):
El educador o la educadora críticos, exigentes, coherentes, en el ejercicio de su reflexión sobre la práctica educativa o en el ejercicio de la propia práctica, siempre la entienden en su totalidad. No centran, por ejemplo, la práctica educativa ni en el educando, ni en el educador, ni en el contenido, ni en los métodos, sino que la comprenden en la relación de sus varios componentes, en el uso coherente de los materiales, los métodos, las técnicas.
Construcción del saber pedagógico desde la experiencia
El trabajo del maestro trae consigo una reflexión permanente que justifica su labor. Las preguntas sobre su quehacer van del qué al quién enseñar y del para qué y el cómo enseñar. Este es el punto de partida que utiliza Gallego (1990) en su aproximación al concepto de saber pedagógico. En el entendido de que el saber pedagógico se centra en la enseñanza, es posible comprender su trascendencia cuando se observan las circunstancias específicas del maestro en torno a su historia personal, su proceso formativo, el contexto escolar en el que se desenvuelve, la institución, el aula de clase y el grupo de estudiantes. En ese sentido, la relación del maestro con el saber pasa por la percepción que este tiene de su identidad, de su grado de conciencia y de reflexión.
La relación saber-maestro está mediada por la experiencia. Esta le da la posibilidad al docente de pertenecer a una comunidad pedagógica con la que se identifica porque es en ella en la que ejerce su práctica pedagógica. Esa experiencia es la que enriquece su discurso y le amplía los horizontes para enfrentar situaciones nuevas que trae consigo el mundo contemporáneo, lo que le permite hacer parte de un campo teórico-práctico y aportar desde sus narrativas y vivencias. Díaz Quero (2006) define con precisión la relación saber-maestro al indicar que:
+Conozca el libro Saber pedagógico
A partir de la comprensión de lo diverso, de los nuevos escenarios y actores del quehacer cotidiano de la docencia, [se revitaliza] la construcción y reconstrucción del saber pedagógico desde el mundo de la vida escolar y educativa como parte de la resignificación del saber como quehacer propiamente humano.
La pedagogía, enriquecida por los saberes y las experiencias de los maestros, deja de ser un campo del conocimiento estructurado por personajes destacados y se transforma en “un patrimonio de todos los educadores, de los educadores anónimos e innumerables, legitimados por su trabajo” (Messina, 2005). La experiencia no riñe con la disciplina pedagógica, al contrario, “abre la posibilidad de que los educadores dialoguen con ella desde sus propios saberes”.
Otra de las variables que surgió en el diálogo con los docentes hace referencia a la experiencia como posibilidad de flexibilizar el pensamiento y abrir la mente a nuevas alternativas que enriquezcan la práctica pedagógica y por ende el saber del maestro. La cotidianidad ofrece incontables oportunidades para el crecimiento profesional y, si se escudriña con detenimiento, se encuentran valiosos elementos que enriquecen a la pedagogía y la didáctica.
Por último, el reconocimiento de la experiencia del maestro como elemento que aporta en la construcción del saber pedagógico favorece la motivación y el interés por innovar y aplicar estrategias diferentes. Visibilizar al docente, su práctica pedagógica y el cúmulo de sus experiencias incentiva la creatividad y estimula la toma de conciencia para renovarse en el marco del ejercicio profesional y del propio proyecto de vida.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario