Al contemplar a los profesores como intelectuales, podemos aclarar la importante idea de
que toda actividad humana implica alguna forma de pensamiento. Ninguna actividad, por rutinaria
que haya llegado a ser, puede prescindir del funcionamiento de la mente hasta una cierta medida.
Este es un problema crucial, porque, al sostener que el uso de la mente es un componente
general de toda actividad humana, exaltamos la capacidad humana de integrar pensamiento y
práctica, y al hacer esto ponemos de relieve el núcleo de lo que significa contemplar a los
profesores como profesionales reflexivos de la enseñanza. Dentro de este discurso, puede verse a los profesores como algo más que «ejecutores profesionalmente equipados para hacer realidad
efectiva cualquiera de las metas que se les señale. Más bien [deberían] contemplarse como
hombres y mujeres libres con una especial dedicación a los valores de la inteligencia y al
encarecimiento de la capacidad crítica de los jóvenes».9
La visión de los profesores como intelectuales proporciona, además, una fuerte crítica
teórica de las ideologías tecnocráticas e instrumentales subyacentes a una teoría educativa que
separa la conceptualización, la planificación y el diseño de los currículos de los procesos de
aplicación y ejecución. Hay que insistir en la idea de que los profesores deben ejercer activamente
la responsabilidad de plantear cuestiones serias acerca de lo que ellos mismos enseñan, sobre la
forma en que deben enseñarlo y sobre los objetivos generales que persiguen. Esto significa que
los profesores tienen que desempeñar un papel responsable en la configuración de los objetivos y
las condiciones de la enseñanza escolar. Semejante tarea resulta imposible dentro de una
división del trabajo en la que los profesores tienen escasa influencia sobre las condiciones
ideológicas y económicas de su trabajo. Este punto tiene una dimensión normativa y política que
parece especialmente relevante para los profesores. Si creemos que el papel de la enseñanza no
puede reducirse al simple adiestramiento en las habilidades prácticas sino que, por el contrario,
implica la educación de una clase de intelectuales vital para el desarrollo de una sociedad libre,
entonces la categoría de intelectual sirve para relacionar el objetivo de la educación de los
profesores, de la instrucción pública y del perfeccionamiento de los docentes con los principios
mismos necesarios para desarrollar una ordenación y una sociedad democráticas .
Personalmente he sostenido que el hecho de ver a los profesores como intelectuales nos
capacita para empezar a repensar y reformar las tradiciones y condiciones que hasta ahora han
impedido que los profesores asuman todo su potencial como académicos y profesionales activos
y reflexivos. Creo que es importante no sólo ver a los profesores como intelectuales, sino también
contextualizar en términos políticos y normativos las funciones sociales concretas que realizan los
docentes. De esta manera, podemos ser más específicos acerca de las diferentes relaciones que
entablan los profesores tanto con su trabajo como con la sociedad dominante.
Un punto de partida para plantear la cuestión de la función social de los profesores como
intelectuales es ver las escuelas como lugares económicos, culturales y sociales
inseparablemente ligados a los temas del poder y el control. Esto quiere decir que las escuelas no
se limitan simplemente a transmitir de manera objetiva un conjunto común de valores y
conocimientos. Por el contrario, las escuelas son lugares que representan formas de
conocimiento, usos lingüísticos, relaciones sociales y valores que implican selecciones y
exclusiones particulares a partir de la cultura general. Como tales, las escuelas sirven para
introducir y legitimar formas particulares de vida social. Más que instituciones objetivas alejadas
de la dinámica de la política y el poder, las escuelas son de hecho esferas debatidas que encarnan y expresan una cierta lucha sobre qué formas de autoridad, tipos de conocimiento,
regulación moral e interpretaciones del pasado y del futuro deberían ser legitimadas y transmitidas
a los estudiantes. Esta lucha es del todo evidente, por ejemplo, en las exigencias de los grupos
religiosos de derechas, que tratan de imponer la oración en la escuela, de retirar determinados
libros de las bibliotecas escolares y de incluir algunas enseñanzas religiosas en los currículos
científicos. Naturalmente, también presentan sus propias demandas las feministas, los
ecologistas, las minorías y otros grupos de interés que creen que las escuelas deberían enseñar
estudios femeninos, cursos sobre el entorno o historia de los negros. En pocas palabras, las
escuelas no son lugares neutrales, y consiguientemente tampoco los profesores pueden adoptar
una postura neutral.
En el sentido más amplio, los profesores como intelectuales han de contemplarse en
función de los intereses ideológicos y políticos que estructuran la naturaleza del discurso, las
relaciones sociales del aula y los valores que ellos mismos legitiman en su enseñanza. Con esta
perspectiva en la mente, quiero extraer la conclusión de que, si los profesores han de educar a los
estudiantes para ser ciudadanos activos y críticos, deberían convertirse ellos mismos en
intelectuales transformativos.
Un componente central de la categoría de intelectual transformativo es la necesidad de
conseguir que lo pedagógico sea más político y lo político más pedagógico. Hacer lo pedagógico
más político significa insertar la instrucción escolar directamente en la esfera política, al
demostrarse que dicha instrucción representa una lucha para determinar el significado y al mismo
tiempo una lucha en torno a las relaciones de poder. Dentro de esta perspectiva, la reflexión y la
acción críticas se convierten en parte de un proyecto social fundamental para ayudar a los
estudiantes a desarrollar una fe profunda y duradera en la lucha para superar las injusticias
económicas, políticas y sociales y para humanizarse más a fondo ellos mismos como parte de
esa lucha. En este sentido, el conocimiento y el poder están inextricablemente ligados a la
presuposición de que escoger la vida, reconocer la necesidad de mejorar su carácter democrático
y cualitativo para todas las personas, equivale a comprender las condiciones previas necesarias
para luchar por ello.
Hacer lo político más pedagógico significa servirse de formas de pedagogía que encarnen
intereses políticos de naturaleza liberadora; es decir, servirse de formas de pedagogía que traten
a los estudiantes como sujetos críticos, hacer problemático el conocimiento, recurrir al diálogo
crítico y afirmativo, y apoyar la lucha por un mundo cualitativamente mejor para todas las
personas. En parte, esto sugiere que los intelectuales transformativos toman en serio la
necesidad de conceder a los estudiantes voz y voto en sus experiencias de aprendizaje. Ello
implica, además, que hay que desarrollar un lenguaje propio atento a los problemas
experimentados en el nivel de la vida diaria, particularmente en la medida en que están
relacionados con las experiencias conectadas con la práctica del aula.
lunes, 16 de marzo de 2020
2.4.1EL PROFESOR COMO INTELECTUAL CRITICO
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