lunes, 16 de marzo de 2020

3.5 PRACTICA DOCENTE Y DESARROLLO DE UNA CULTURA PROFESIONAL




Desde el surgimiento de la inquietud que llevó a la realización de esta investigación, inquietud surgida de la vida cotidiana y por ello mismo del sentido común, se ubicó una relación entre la cultura y la formación, parecían ser procesos encadenados. Pero una investigación no se puede sustentar en el sentido común, requiere un sustento teórico y la construcción de una problemática teórica que, en palabras de Bourdieu (2008), “permita someter a un examen sistemático todos los aspectos de la realidad puestos en relación por los problemas que le son planteados.” (p. 60) Así que emprendí una tarea de lectura y análisis de diversos autores, y encontré que efectivamente existe una relación estrecha entre los conceptos de cultura y formación.
 Con respecto a la cultura, Giménez (2007), la define como “la organización social de significados interiorizados de modo relativamente estable por los sujetos en forma de esquemas o de representaciones compartidas, y objetivados en formas simbólicas, todo ello en contextos históricos específicos y socialmente estructurados.” (p. 49) Es decir, se ubica a la cultura como un fenómeno público, pero con características individuales, ya que los significados se interiorizan en cada caso particular, aunque este es un proceso que sucede en sociedad, en contextos históricos específicos. Muchas de las ideas plasmadas en la definición anterior convergen con lo planteado por Geertz (1987), quien considera que la cultura “consiste en estructuras de significación socialmente establecidas en virtud de las cuales la gente hace cosas y se adhiere a éstas” (p. 26). Se admite que la cultura no es un fenómeno meramente psicológico y cognitivo, sino más bien de carácter social y contextual debido a la gran diversidad de grupos sociales que existen, cada uno con características propias que lo distinguen de otros. Geertz (1987) retoma algunas ideas de Max Weber y afirma que “el hombre es un animal inserto en tramas de significación que él mismo ha tejido, considero que la cultura es esa urdimbre” (p. 20).
 La conducta humana es vista como acción simbólica; las palabras, las conductas, los sentimientos, toda acción y creación humana responden a un orden simbólico, tienen significados. Se podría definir a la cultura, entonces, como una red compleja de significaciones que los individuos atribuyen a los objetos sociales. Esta red se construye en los grupos sociales y permite al individuo ser parte de los mismos, ya que se apropia de dichos significados, que son de carácter público, por lo tanto posibilita la comunicación e interacción dentro de los grupos sociales. Si se tiene en cuenta que la sociedad es plural y diversa, estas significaciones que forman la cultura no son de carácter universal, sino que están circunscritas a ciertos límites temporales y espaciales. Aquella persona que pretenda estudiar esto debe tener en cuenta que los objetos, las palabras, las acciones, etc. tienen significados diferentes en contextos diferentes. Por lo tanto no se puede hablar de una sola cultura, sino de muchas culturas locales. En el mismo tenor, Pérez Gómez (1998) define la cultura como:

El conjunto de significados, expectativas y comportamientos compartidos por un determinado grupo social, que facilitan y ordenan, limitan y potencian, los intercambios sociales, las producciones simbólicas y materiales y las realizaciones individuales y colectivas dentro de un marco espacial y temporal determinado. La cultura, por tanto, es el resultado de la construcción social, contingente a las condiciones materiales, sociales y espirituales que dominan un espacio y un tiempo. Se expresa en significados, valores, sentimientos, costumbres, rituales, instituciones y objetos que rodean la vida individual y colectiva de la comunidad. (pp. 16-17) Pérez Gómez (1998) analiza la escuela como un cruce de culturas, considera que la escuela es un espacio de intercambio y transacciones simbólicas que se convierte en el marco de construcción de las significaciones de los individuos. Habla, así, de una cultura escolar, que incluye a los diferentes actores que en dicho espacio confluyen.
 Pero en esta investigación el foco está puesto en el docente, por ello se habla más bien de cultura docente, la cual se puede entender como el entramado de significados que el mismo docente construye en torno a la práctica docente. Se puede inferir que dicha cultura implica una forma de ser, actuar y significar la docencia, y que dicha cultura se construye en el mismo proceso de ser docente, que no sólo se restringe a dar clases, sino que implica una serie de interacciones con diversos actores, objetos y situaciones del entorno social en el que los académicos se desenvuelven cotidianamente. Y es aquí donde entra el asunto de la formación. Existen diversas nociones y perspectivas teóricas y filosóficas para entender y definir la formación. Pero en la construcción realizada en esta investigación se entiende que la formación refiere al proceso mediante el cual las personas se apropian y construyen cierta cultura (Gadamer, 2012; Hegel, 1984; Honoré, 1980; Yurén, 1999; Ducoing, 2005, 2013). Hegel (1984) menciona que el ser humano no es por naturaleza lo que debe ser, sino que en su devenir va siendo. Menciona que “el animal no necesita de formación, ya que por naturaleza es lo que debe ser. Es un ser natural solamente.” (p. 63). Pero el ser humano, inserto en la cultura y la sociedad, requiere formarse. La superación de la naturaleza es la formación, pero no consiste en no tener impulsos, no se trata de despojarse de la naturaleza animal, sino de controlarla mediante el uso de la razón. Se habla así de formación cultural, se trata del acceso a la cultura.
La formación es, en primer lugar, la adquisición de cierta cultura para dominar la propia naturaleza. Pero además, tanto Gadamer (2012) como Hegel (1984), dicen que la formación consiste en ascender de la particularidad a la universalidad o generalidad mediante la predominancia de la razón, implica conocer otros puntos de vista y aceptarlos como válidos, actuar con mesura, con prudencia y tacto. Dice Hegel: “ir más allá de lo que se sabe y vive de su ambiente inmediato, aprender que hay otros y mejores modos de comportarse y de actuar, y que los suyos no son los únicos.” (1984: p. 64). Gadamer (2012) apunta que la formación va más allá de las conductas, habilidades y destrezas, y por tanto del desarrollo de capacidades o talentos. Considera que en la formación “uno se apropia por entero de aquello en lo cual y a través de lo cual uno se forma, de manera tal que en la formación alcanzada nada desaparece, sino que todo se agranda” (40). De esta manera la formación implica un proceso acumulativo, que permite ver las cosas de otra manera, cada vez más abarcante. Esto es, en otras palabras, la apropiación, y al mismo tiempo, construcción de la cultura. De esta manera, la formación no consiste únicamente en la adquisición o apropiación de una cultura, sino que también implica la transformación de la misma a través del ascenso a la generalidad, que se podría entender como la apertura del individuo a nuevas posibilidades desconocidas para él de acuerdo a la cultura que posee. Esto lleva a la transformación misma del mundo social. La formación es transformación del individuo y de la cultura; es salir de sí mismo y acceder a algo más. De acuerdo con Honoré (1980) la formación implica salirse del espacio de confort, enfrentarse a otros escenarios y sujetos que confrontan nuestras prácticas.
 Es interprofesional e interpersonal, se da en grupo, en la colectividad; la formación sucede a través de la interexperiencia, lo que implica el contacto con otros. Es una actividad compleja, requiere un conocimiento progresivo de la realidad que se da en la relación con los otros y con los objetos, en la interacción con la realidad. Honoré considera que la formación sucede únicamente mediante una actividad reflexiva, que distingue de la actividad reflectante. La actividad reflectante sirve para reproducir lo existente, en todo caso para discriminar y aplicar; remite a los procesos de transmisión de información, capacitación, adiestramiento o entrenamiento; también se asemeja a los procesos de socialización, que implican integrarse a la sociedad hecha previamente.  Pero la formación es una actividad que requiere la reflexión, que lleva a la transformación de lo existente, la innovación, la creación, la crítica y la re-significación.
 Bajo esta idea, sólo hay formación cuando se reflexiona (y con ello se transforma) el mundo en el que uno se desenvuelve (Honoré, 1980). Se transforma uno mismo, sus prácticas, sus acciones, sus significados, su habla; y con ello transforma su entorno, su cultura. Para que ello suceda, Honoré (1980) coincide con Ferry (1990) en que la formación no se puede dar sino como un proyecto de transformación personal: “formarse no puede ser sino un trabajo sobre sí mismo, libremente imaginado, deseado y perseguido, realizado a través de los medios que se ofrecen o que uno mismo se procura” (Ferry, 1990: p. 43).

La formación, como proyecto personal es al mismo tiempo un proceso de formación de la personalidad; es un proyecto propio en el que se acepta, rechaza, supera o modifica a la generalidad, lo que otros hacen y aceptan como valido o virtuoso. La formación es transformación, por ello también hay una contradicción entre lo que se es y lo que se quiere ser. Diría Hegel, la formación es un deber para consigo mismo. Con estas ideas, la formación docente equivale a la apropiación de la cultura docente, pero también lleva a su transformación. No implica sólo dar clases en una institución, tampoco se trata de repetir y aplicar lo que otros hacen o lo que al propio docente se le ha enseñado o exigido hacer. Formarse como docente quiere decir que la persona ha asumido como proyecto personal el ser docente y que reflexiona al respecto para transformarse a sí mismo como profesor, confrontando sus viejas prácticas, las prácticas e ideas aceptadas, incluso las exigencias institucionales, para mejorarse a sí mismo en su rol docente y con ello transformar la cultura docente en la que se encuentra inserto.
 En el caso de las universidades, las personas encargadas de la docencia pueden ser médicos, abogados, psicólogos, contadores, etc., y al mismo tiempo estar dando clases. Pero bajo estas ideas, no estarían formados como docentes sino hasta que ellos mismos se asuman como docentes y adquieran y transformen las formas (culturas) propias de la profesión, formas no universales, sino construidas en contextos particulares, en determinada institución, en cierta carrera, en cierto momento. El proceso formativo de un docente no es la simple asimilación de una cultura docente, sino que es más bien una construcción en la que se ven involucrados los diferentes elementos del entorno en el que un individuo se desarrolla: el entorno escolar. El individuo toma diversos elementos de su realidad social con base en los cuales construye los significados de los distintos objetos que lo rodean, asume una cultura para luego modificarla mediante su reflexión, en la búsqueda de nuevas configuraciones y significaciones del mundo. El proceso mediante el cual los profesores universitarios construyen su cultura docente no sólo implica su formación académica (licenciaturas, posgrados, cursos, diplomados, etc.), sino que se da en la interacción con otros actores y la institución misma.

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